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21.06.09, Emilio Alfaro, en EL PAÍS (ES). En toda religión es posible identificar dos elementos indisociables: la creencia en un ente trascendente y su perpetuación mediante la celebración periódica de rituales. Cuando el objeto de fe es la patria, la nación, el Estado o el pueblo, podemos hablar de una religión política. En el caso vasco, numerosas investigaciones se han ocupado del ideario del nacionalismo radical, de la sacralización de la patria hasta el extremo de sacrificar individuos concretos en aras del ideal soñado. Sin embargo, había un vacío de análisis centrados en la liturgia de ese movimiento, que es el que modestamente me he propuesto cubrir con mi trabajo. En todas las religiones políticas modernas, la construcción social del mártir descansa sobre una matriz cultural judeo-cristiana. Estas religiones monoteístas se percataron muy pronto del valor integrador de la muerte. La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos, sostenían. Esta imitación no debería de sorprender en contextos como el irlandés y el vasco, con una impronta del catolicismo más que notable.
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